martes, 20 de diciembre de 2016

El Escándalo de la Navidad

Corría el año 1993, si no recuerdo mal, y yo acompañaba un numeroso grupo de confirmación en mi pueblo. Como parte del programa había planteado pensar la Navidad, pensar su sentido cristiano verdadero y el sentido que habitualmente se le da a la festividad. Llegamos a la conclusión que había un desfase entre lo que significaba y lo que la gente vivía y decidimos hacer una campaña de sensibilización junto con la campaña habitual de recogida de alimentos para una entidad eclesial de ayuda a los indigentes. Preparamos unos grandes carteles que colgamos, a modo de bienvenida, a la entrada y salida del pueblo. En ellos se podía leer, no el que hubiera sido de esperar ¡Feliz Navidad!, sino ¿Feliz Navidad? Esto lo hicimos dos semanas antes de Nochebuena y provocó cierto impacto entre los jóvenes del pueblo, especialmente. Junto a esto preparamos información y un acto de recogida puerta a puerta de alimentos y donativos para los indigentes. La campaña surtió efecto y conseguimos que muchos se plantearan el significado de la Navidad y el sentido que tenía en sus vidas.

Aquello ha seguido dando vueltas en mí durante muchos años, porque siempre me hago la misma pregunta por el significado navideño. Más de veinte años después, con toda la experiencia acumulada y los libros leídos y escritos, mi respuesta es que sí, que hay que felicitar la Navidad, a pesar de ser una fiesta que se solapa con la del sol victorioso del Imperio romano; a pesar de ser una fiesta corrompida por la sociedad de consumo; a pesar de ser una fiesta muy mal explicada en muchas ocasiones. Sí, a pesar de todo, ¡Feliz Navidad!, porque celebramos que nuestro Dios no es un Dios de poderosos y soberbios, enriquecidos y opresores, sino que es un Dios pequeño y humilde, tan humilde que lo vemos como un recién nacido, el ser más necesitado de todo en este mundo: necesitado de calor, necesitado de cuidado, necesitado de protección y necesitado de amor. El Dios al que celebramos en Navidad no es el Dios de las elucubraciones teológicas, sino el misterio de amor que está en el origen de todo. Celebramos un Dios que se hace humano, humilde, pobre, oprimido, sufriente. Es un Dios absolutamente contraintuitivo, ese es nuestro Dios. Aunque lo festejemos como un acto de poder, Dios se hace hombre, es un acto de debilidad extrema: Dios se deja hacer, se deja ser, se deja. Este dejarse de Dios es lo que celebramos en la Navidad.

La Iglesia instauró esta fiesta en un momento en el que corría riesgo la dimensión humana de Jesús. Se imponía con la fuerza de la filosofía la dimensión divina. La gnosis amenazaba con infectar al cristianismo otra vez, con alejar la fe cristiana de la concreción humana de Jesús y con la humanidad asumida en la Encarnación. Para que esto no se extendiera, lo mejor es celebrar la plenitud humada de Jesucristo: Dios y hombre, hombre y Dios. Pues, la reflexión filosófica griega podía admitir la divinidad de un ser como Jesucristo, un Dios hecho hombre. Eso está presente en la tradición griega y romana. No tiene nada de particular. Pero eso no es lo que afirma el cristianismo. Nosotros decimos que Jesús es Dios hecho hombre en plenitud humana. Es plenamente hombre, la humanidad no es una mera apariencia. Por eso debe nacer como todo hombre: parido por una mujer, concebido en ella. De lo contrario no hablaríamos de asunción de lo humano, sino de una mera instrumentalización de lo humano. Dios no usa la humanidad de María, sino que la asume para que de ahí nazca Jesús. 

Corriendo el tiempo, ya en el siglo XIII, el riesgo de la gnosis, de la elitización de la fe y de la pérdida de la humanidad de Jesús, llevó a Francisco de Asís a buscar un elemento que volviera a pegar a tierra nuestra comprensión de Dios. De ahí nace la idea del Belén. Que las personas vean, palpen, sientan, la dimensión humana de Jesucristo. Jesús es verdadero y pleno hombre y lo vemos en la pequeñez de ese portal de Belén donde nació, rodeado de los animales y en una situación de indigencia cercana a la que vivían entonces y aun hoy tantos hijos de Dios. Pequeñez, humildad, indigencia, son los calificativos con los que entendemos mejor a Dios. Dios está ahí, en la cercanía del sufrimiento, pero también en el gozo de unos padres con su niño recién nacido. La Navidad es tiempo de gozo porque lo real está determinado por el amor, la relación, la misericordia, la solidaridad, la caridad y la justicia. Dios es todo eso y mucho más, pero en la la línea de la debilidad, del anonadamiento, de la indigencia. 

El próximo 21 de diciembre, poco antes de celebrar la Navidad, presentaré en Valencia La sociedad del escándalo. Me acompañarán en la presentación dos personas muy queridas por mí: Martín Gelabert y Quique Lluch. Martín fue mi director de tesis en Valencia y es uno de los teólogos españoles más importantes. Sus escritos son capaces de una gran apertura teológica desde la más pura tradición, por eso es dominico. Quique es economista, director del departamento de economía de la Universidad CEU Cardenal Herrera de Valencia. Estudió teología en el Instituto Teológico de Murcia y tenemos una estrecha relación con distintos actividades, entre las que destaco el Foro Creyente de Pensamiento Ético y Económico. Es para mí un enorme gozo contar con ellos en la presentación que tendrá lugar en los dominicos de Valencia, calle Cirilo Amorós 56, a las 19:30.

Este libro tiene mucho de esa necesaria crítica a la perversión de la celebración navideña. Yo me imagino a San Pablo, cuando predicaba el evangelio, intentando ver cómo conseguir llegar al Reino de Dios a partir del Reino de este mundo, del Imperio romano. Es muy difícil, pero debemos construir en la mente de nuestros oyentes, cristianos o no, la opción de un mundo distinto, el Reino de Dios, pero desde este mundo en el que vivimos. Este libro trata de mostrar los riesgos de este mundo y las oportunidades para construir otro mundo, que es posible y debe ser radicalmente distinto. La Navidad es la visión de un Dios que se pone del lado del ser humano pobre y oprimido, mostrando un mundo de misericordia, solidaridad y justicia. El Reino de este mundo ha anulado la Navidad para exprese sus valores: consumo, lujo y poder. Es, lo que bien podríamos llamar, el escándalo de la Navidad. De un lado, es un escándalo que se utilice para legitimar el desorden mundial establecido, de otro, la Navidad es, en sí misma, el escándalo de un Dios hecho un bebé. En el primer caso tenemos el escándalo como riesgo, en el segundo como oportunidad.

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