miércoles, 1 de abril de 2009

Lex Rhodia

Una de las instituciones más importantes que recoge el derecho marítimo internacional, aún hoy, proviene de la práctica del mar Egeo, precisamente en Rhodas. Como es conocido, los griegos fueron un pueblo que no podía cubrir sus necesidades con lo que la naturaleza les aportaba. Las cadenas montañosas del territorio peninsular no permitían la obtención de grandes cosechas, ni tampoco de recursos abundantes como para crear un imperio. Esta circunstancia meramente geográfica les empujó a buscar lo que necesitaban mediante el comercio y la instalación de colonias para proveer mejor sus necesidades. El comercio se realizaba por mar y el mar ya se sabe que es traicionero. Aunque la carga de los barcos solía asegurarse cuando era importante, lo habitual no era esto, sino que varios comerciantes alquilaban un barco para transportar sus mercancías y reducir los costes. Si había un naufragio era poco lo que se salvaba, pero menos aún si no había algún acuerdo entre los comerciantes que navegaban en el barco.
De la realidad de las enormes pérdidas nació la costumbre, tornada posteriormente en ley, de que, en caso de naufragio, todo lo que se salvara era común. Resulta una costumbre muy inteligente, pues si en un naufragio cada cual intenta salvar su carga, todo acabará en el fondo del mar. Pero si todos colaboran, algo podrá salvarse, normalmente lo más valioso. De esta manera, aplicando la Lex Rhodia, por nacer en la famosa isla, cada vez que había un naufragio, lo salvado era común. Todos intentaban aunar sus esfuerzos y permitir que no se perdiera toda la carga, como sucedería de no colaborar en la tarea. Se trata de una aplicación del mero sentido común que, como se sabe, es el menos común de los sentidos.
No estaría mal aplicar hoy esta ley a nivel global: en medio del proceloso mar de la crisis económica mundial, en caso de naufragio del sistema, todo lo salvable debería ser común. Sería la única manera de que todos intentáramos salvar, al menos, lo más valioso. Estoy pensando en el mismo planeta tierra, sus bosques, mares, ríos…, pero también las relaciones humanas más básicas y los bienes materiales que puedan salvarse. Si se asegurara la comunidad de bienes, todos tendríamos un gran interés en salvar lo posible. Sé que es utópico, pero deberíamos pedir la aplicación de una Lex Rhodia universal como última oportunidad para el planeta y para el ser humano.
Las consecuencias de no hacer algo parecido a esto pueden ser muy graves. De hecho ya las estamos sufriendo. Cada país intenta salvar lo que puede de su sistema financiero, siendo imposible hacerlo en una economía tan globalizada como esta, en la que el sistema es ubicuo; cada gobierno toma medidas a la desesperada, protegiendo sus industrias, su agricultura, su pesca, pero esto es un trabajo inútil. Hoy las medidas deben ser concertadas y en la dirección que indica la Lex Rhodia, que lo salvable debe ser común, porque en el fondo es común. El agua, la tierra, el aire, los saberes productivos, el ser humano…, todo eso es común y como tal debe ser tenido. De lo contrario acabaremos como el Titanic, un lujoso barco donde los hombres están divididos por clases sociales y que al hundirse todos luchan por los pocos botes salvavidas. El barco se hunde y los salvados deben esperan a que otro barco les rescate, pero aquí no hay otro barco.

5 comentarios:

M. Gelabert dijo...

Estoy de acuerdo con el fondo de la cuestión: los bienes de la tierra son comunes. Pero, si me permites una pequeña dificultad, que más que dificultad es triste constatación, diría que la aplicación de la ley Rhodas no es posible sin un cambio radical de mentalidad, sin un espíritu nuevo, porque aquí cada uno piensa que lo de Valencia es de los valencianos (no entremos en la peliaguda cuestión de quiénes somos o no somos valencianos) y lo de Murcia para los murcianos. Y a lo sumo a lo que llegaríamos es a ponernos de acuerdo con los del propio grupo. Triste ironía: hubo un tiempo en que los europeos pensaban que el mundo era suyo; hoy piensan que Europa es solo de los europeos. No hemos tomado conciencia aún de la unidad de la familia humana y de la única casa que habita esa familia. Saludos fraternos.

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Creo que habría que aplicarnos, Martín, aquello de Pablo a los gálatas: "ya no hay ni judío ni griego, ni hombre ni mujer, ni esclavo ni libre". La metanoia fundamental reside en estas diferencias que nos separan aún antes de haber nacido. Pero, dada la situación económica y mediambiental, habrá que aplicar grandes remedios para grandes males. Creo que la común unión (comunión) de los hombres en los bienes y males es la solución

Desiderio dijo...

En lo que a mí se refiere, estoy totalmente de acuerdo con lo que dices. Lo que pasa es que veo una dificultad importante. ¿Sabes? Como idea nuclear, como tabla de salvación, esa común unión es palmaria. No hay nada que discutir. A mí lo que me preocupa es cómo llevar a la práctica a la idea, cómo descender a la arena. ¿De mutuo acuerdo, entre todos? No quiero pecar de pesimista por pensar que es prácticamente inviable, y ya no por creer que entre los que estamos en esa línea ya es algo difícil —aunque no imposible—, sino por todos aquellos que para nada están en esa línea. ¿Por coacción? Ya sabes que esa idea me chirría. Aunque no me cabe duda que el fondo de la idea que anuncias en el anterior post es sano, me cuesta compaginar la radical libertad de Jesucristo con cualquier tipo de coacción. Yo entiendo que el compartir es legítimo desde el momento en que lo hago desde mi libertad, desde mi radical libertad. Si no, independientemente de que ayudamos a terceros, ¿qué sentido tiene? ¿No nos quedaríamos en el mundo de aquí abajo? Y cuando hablas de que se controle la producción y distribución, ¿quién controla a los que controlan? En fin, en definitiva de ambas opciones, a pesar de su dificultad, me inclino por la primera, y creo que el único camino es esa conversión de los corazones que nos lleva espontáneamente a ese compartir, a ese ofrecer, y no sólo nuestros bienes, sino a nosotros mismos, pues no entiendo una cosa sin la otra. Muchas gracias por estos posts tan interesantes.

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Estimado Desiderio, quizás pueda sonar pesimista, pero cuando se conoce en profundidad cómo está el mundo, no hay otra alternativa, de ahí esta propuesta que es como un clavo ardiendo en el que me gustaría que nos agarráramos. Por otro lado, estoy convencido de que sólo el pesimismo, el "pensamiento negativo" es capaz de generar esperanza, aunque parezca paradójico. El mundo actual vive en el optimismo más pueril, todos confían en el "deus ex machina" que al final soluciona los problemas, en el Happy end, en el "as guardado en la manga". Pero hay que ser conscientes de que esto no existe y que Dios tomó un riesgo absoluto al crear un mundo de seres libres. Ese riesgo es su autodestrucción. Espero y creo que esto no llegará.
Gracias por tus magníficas intervenciones

Desiderio dijo...

Voy a transcribir algo que he leído esta noche, y creo que es una buena dosis de esperanza. Dice así: "Si los ángeles y los santos intervienen en este mundo para salvar a los hombres, es porque la barrera entre el Paraíso de luz y el mundo terreno está traspasada de fisuras por donde se filtran rayos de claridad. El reino de lo alto comienza aquí abajo; (...) está vinculado al amor que se encuentra en la tierra en las almas que oran. En esta selva oscura en que los hombres son lobos para con sus semejantes, hay también comunión de las almas". Si en algo hemos de demostrar que podemos vencer al mundo, es en nuestra esperanza. La libertad es un riesgo: ¡cuántas veces le he preguntado a Dios por qué nos ha hecho libres! ¡Qué fácil sería la vida sin capacidad para obrar mal! Pero de qué sirve obrar bien, si no puedes obrar mal; de qué sirve amar al otro, si no puedes odiarlo; de qué nos sirve creer en Dios, si no podemos no creer. Entiendo que la libertad es el don más grande que nos ha podido otorgar Dios, es la mejor prueba de que Dios no está bromeando con nosotros. Nuestra fe es creer que Dios hace las cosas bien, y creer que llegará el día en el que todos, libremente, vayamos de la mano hacia Él. Somos privilegiados en la medida en que hemos sido tocados por la gracia, y ello es a la vez una bendición y una responsabilidad. Pidamos a Dios ser dignos de tal privilegio, y revertámoslo en nuestros semejantes.

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