jueves, 20 de febrero de 2014

La Gran Disonancia Cognitiva Colectiva

Podría parecer paradójico que en un momento como el que vivimos, inmersos en una profunda crisis sistémica, la gente no acepte un discurso que explique convenientemente las causas e identifique exactamente las consecuencias a corto plazo del modo de vida en el que nos vemos atrapados. Y es paradójico hasta el extremo. Efectivamente, la gente no acepta un discurso que inmediatamente identifican como "pesimista". Esta mañana, sin ir más lejos, me decía el padre de una compañera de mi hijo al volver del cole que yo era muy pesimista. Hablábamos del tiempo y le comenté que lo que vivimos es efecto del aumento del CO2 en la atmósfera y que eso está modificando los patrones climáticos y nos lleva a un shoc climático en 20 o 30 años, que nuestros hijos lo sufrirían. En ese momento, se para, se queda mirando fijamente y me lo suelta con un cierto tono de incredulidad: "eres muy pesimista". Llegando a casa he recordado que Antonio Turiel acababa de escribir en su blog sobre una anécdota similar que le sucedió a él y cómo esto debe ser explicado como un acto de disonancia cognitiva colectiva.

La disonancia cognitiva consiste en que la mente percibe una realidad que no se acomoda a su forma de pensar, sentir o creer e intenta por todos los medios reducir la tensión entre ambas realidades, ya sea negando lo que disiente de su pensamiento o buscando "apaños" con lo real. Algo así sucede con las etapas del duelo. En un primer momento se intenta "pactar" con la muerte: no está muerto del todo. La disonancia cognitiva no se resuelve hasta que ambos extremos no se reconcilian. En el caso de la muy posible catástrofe climática que viviremos en breve, la disonancia cognitiva colectiva estriba en que el cuerpo social está acostumbrado a que las cosas, salvo casos de guerras o catástrofes naturales, tienden a seguir como están. Es como una cierta ley de inercia social. Las cosas van a seguir así siempre. Si alguien nos dice que puede que todo cambie para mal, entonces generamos las respuestas que aplaquen la disonancia: no va a suceder nada, en caso de que suceda no será grave, o bien, el que dice esto es un pesimista, un amargado y loco. Y así todos contentos. Ya no tenemos ningún problema y por tanto nada que cambiar.


Personalmente me resulta muy extraño este modo de actuar. En 2007-2008 todo el mundo pensaba que todo seguiría así de por vida, pero los vaticinios que muchos hacíamos cuando nos llamaban "pesimistas" se cumplieron con creces. La gente debería haber aprendido que lo impensable es hoy lo más probable, porque hemos llegado a un momento de la historia crítico para el modelo social, económico y ecológico. No hace falta ser un genio para darse cuenta que un planeta como el nuestro, con unos recursos contados, no puede seguir dando cobijo a una población creciente basada en el consumo constante de combustibles fósiles, por definición limitados. Eso es una evidencia. Usted podrá alegar que sí, que se acabará todo eso, pero que lo hará muy tarde, después de 2100. De acuerdo, se lo acepto, pero entonces me está diciendo que no le importa cómo vivan (si viven) sus nietos y biznietos, que le importa un comino lo que le suceda a este planeta tras su desaparición, que todo esto no es sino una broma de mal gusto en la que usted intentará gozar lo más posible. Si esto es lo que usted afirma no merece ser llamado ser humano. 

La única opción racional es ser consciente del impacto del modelo imperante y de las consecuencias que tiene en el planeta. Por eso, siendo racional, entiendo que, no podemos seguir aumentando la población a una tasa de más del 1% anual, lo que supone duplicar los habitantes del planeta en 2100, 14.000 millones. No podemos seguir generando un impacto sobre el planeta, medido en la huella ecológica, de 2.3 de media. Si existen 1.7 hectáreas para uso por persona y estamos consumiendo 2.3, quiere decir que necesitamos un planeta tierra y medio, cosa imposible de sostener. No podemos continuar dilapidando los combustibles fósiles al ritmo actual, que nos lleva, según la Agencia Internacional de la Energía (no son un grupo de ecologistas emporrados) a que en 2020 se reduzca la disponibilidad de petróleo un 40%, lo cual es un crack económico nunca lo hemos visto. No podemos seguir emitiendo gases de efecto invernadero a un ritmo de crecimiento del 1% anual, lo que nos sitúa en 450 partes por millón de CO2 en la atmósfera en 2035. Esto supone dos consecuencias, la ya advertida acidificación de los océanos, un 25% superior a la media de los últimos 200 años, y al calentamiento del planeta, superior a los 2ºC de media, lo cual hace incontrolable nuestro sistema climático.

Todo esto no son opiniones, son datos objetivos y consecuencias probables por encima del 90%. Pero el común de los mortales siguen instalados en el BAU (Business As Usual) y en que todo seguirá como hasta ahora. Si en un futuro cercano empiezan a barruntar todo esto, lo más probable no es que se vuelvan hacia los que avisamos para buscar qué hacer, sino para culparnos, como en la Edad Media, y mandarnos a la hoguera, por pactar con Satanás y conocer el futuro.

Hoy es el día en el que hay que elegir: si queremos cambiar las opciones de futuro y que nuestros hijos puedan vivir en un mundo adecuado, aceptemos el análisis y pongamos remedio. De lo contrario, carpe diem.

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